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Florecerás cuando todo florezca: 10 poemas para el Día de las Madres

7 de may de 2024

8 min de lectura

Para celebrar este 10 de mayo, LibroStudio tiene para ti 10 poemas para el Día de las Madres, con autores como Gabriela Mistral, Jaime Sabines, Alfonsina Storni, Federico García Lorca y Carlos Pellicer…

 

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Gabriela Mistral


Madre, madre, tú me besas,

pero yo te beso más,

y el enjambre de mis besos

no te deja ni mirar...

Si la abeja se entra al lirio,

no se siente su aletear.

Cuando escondes a tu hijito

ni se le oye respirar...

Yo te miro, yo te miro

sin cansarme de mirar,

y qué lindo niño veo

a tus ojos asomar...

El estanque copia todo

lo que tú mirando estás;

pero tú en las niñas tienes

a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste

me los tengo de gastar

en seguirte por los valles,

por el cielo y por el mar...



10 poemas para el Día de las Madres


¡Ay!, cuando los hijos mueren…

Rosalía de Castro


I

¡Ay!, cuando los hijos mueren,

rosas tempranas de abril,

de la madre el tierno llanto

vela su eterno dormir.


Ni van solos a la tumba,

¡ay!, que el eterno sufrir

de la madre, sigue al hijo

a las regiones sin fin.


Mas cuando muere una madre,

único amor que hay aquí;

¡ay!, cuando una madre muere,

debiera un hijo morir.


II

Yo tuve una dulce madre,

concediéramela el cielo,

más tierna que la ternura,

más ángel que mi ángel bueno.


En su regazo amoroso,

sonaba… ¡sueño quimérico!

dejar esta ingrata vida

al blando son de sus rezos.


Mas la dulce madre mía,

sintió el corazón enfermo,

ternura y dolores,

¡ay!, derritióse en su pecho.


Pronto las tristes campanas

dieron al viento sus ecos;

murióse la madre mía;

sentí rasgarse mi seno.


La virgen de las Mercedes,

estaba junto a mi lecho…

Tengo otra madre en lo alto…

¡por eso yo no me he muerto!


 


La madre ahora

Mario Benedetti


Doce años atrás

cuando tuve que irme

dejé a mi madre junto a su ventana

mirando la avenida


ahora la recobro

solo con un bastón de diferencia


en doce años transcurrieron

ante su ventanal algunas cosas

desfiles y redadas

fugas estudiantiles

muchedumbres

puños rabiosos

y gases de lágrimas

provocaciones

tiros lejos

festejos oficiales

banderas clandestinas

vivas recuperados


después de doce años

mi madre sigue en su ventana

mirando la avenida


o acaso no la mira

solo repasa sus adentros

no sé si de reojo o de hito en hito

sin pestañear siquiera


páginas sepias de obsesiones

con un padrastro que le hacía

enderezar clavos y clavos

o con mi abuela la francesa

que destilaba sortilegios

o con su hermano insociable

que nunca quiso trabajar


tantos rodeos me imagino

cuando fue jefa en una tienda

cuando hizo ropa para niños

y unos conejos de colores

que todo el mundo le elogiaba


mi hermano enfermo o yo con tifus

mi padre bueno y derrotado

por tres o cuatro embustes

pero sonriente y luminoso

cuando la fuente era de ñoquis


ella repasa sus adentros

ochenta y siete años de grises

sigue pensando distraída

y algún acento de ternura

se le ha escapado como un hilo

que no se encuentra con su aguja


como si quisiera comprenderla

cuando la veo igual que antes

desperdiciando la avenida

pero a esta altura qué otra cosa

puedo hacer yo que divertirla

con cuentos ciertos o inventados

comprarle una tele nueva

o alcanzarle su bastón.



10 poemas para el Día de las Madres


Canción tonta

Federico García Lorca


Mamá.

Yo quiero ser de plata.


Hijo,

tendrás mucho frío.


Mamá.

Yo quiero ser de agua.


Hijo,

tendrás mucho frío.


Mamá.

Bórdame en tu almohada.


¡Eso sí!

¡Ahora mismo!


 


Doña Luz XVII

Jaime Sabines


Lloverás en el tiempo de lluvia,

harás calor en el verano,

harás frío en el atardecer.

Volverás a morir otras mil veces.


Florecerás cuando todo florezca.

No eres nada, nadie, madre.


De nosotros quedará la misma huella,

la semilla del viento en el agua,

el esqueleto de las hojas en la tierra.

Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,

en el corazón de los árboles la palabra amor.


No somos nada, nadie, madre.

Es inútil vivir

pero es más inútil morir.


 


Madre, llévame a la cama…

Miguel de Unamuno


Madre, llévame a la cama,

que no me tengo en pie.

Ven, hijo, Dios te bendiga

y no te dejes caer.


No te vayas de mi lado,

cántame el cantar aquel.

Me lo cantaba mi madre;

de mocita lo olvidé,

cuando te apreté a mis pechos

contigo lo recordé.


¿Qué dice el cantar, mi madre,

qué dice el cantar aquel?

No dice, hijo mío, reza,

reza palabras de miel;

reza palabras de ensueño

que nada dicen sin él.


¿Estás aquí, madre mía?

Porque no te logro ver…

Estoy aquí, con tu sueño;

duerme, hijo mío, con fe.



10 poemas para el Día de las Madres


Palabras a mi madre

Alfonsina Storni


No las grandes verdades yo te pregunto, que

no las contestarías; solamente investigo

si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,

por los oscuros patios en flor, paseándose.


Y si, cuando en tu seno de fervores latinos

yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro

te adormeció las noches, y miraste, en el oro

del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.


Porque mi alma es toda fantástica, viajera,

y la envuelve una nube de locura ligera

cuando la luna nueva sube al cielo azulino.


Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros.

Arrullada en un claro cantar de marineros

mirar las grandes aves que pasan sin destino.


 


Nocturno a mi madre

Carlos Pellicer


Hace un momento

mi madre y yo dejamos de rezar.

Entré en mi alcoba y abrí la ventana.

La noche se movió profundamente llena de soledad.

El cielo cae sobre el jardín oscuro.

Y el viento busca entre los árboles

la estrella escondida de la oscuridad.

Huele la noche a ventanas abiertas,

y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.

Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:

las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.

Hace un momento,

mi madre y yo dejamos de rezar.

Rezar con mi madre ha sido siempre

mi más perfecta felicidad.

Cuando ella dice la oración Magnífica,

verdaderamente glorifica mi alma al Señor y mi

espíritu se llena de gozo para siempre jamás.


Mi madre se llama Deifilia,

que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad.

Estoy pensando en ella con tal fuerza

que siento el oleaje de su sangre en mi sangre

y en mis ojos su luminosidad.

Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,

y el complicado orden de la ciudad.

Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina

dice de su salud y de su agilidad.

Pero nada, nada es para mí tan hermoso

como acompañarla a rezar.

Todos los días, al responderle las letanías de la Virgen

—Torre de Marfil, Estrella Matinal—

siento en mí que la suprema poesía

es la voz de mi madre delante del altar.


Hace un momento la oí que abrió su ropero,

hace un momento la oí caminar.

Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,

y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.


Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,

mi madre le ha hecho honores de princesa real.

Doña Deifilia Cámara de Pellicer

es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.


Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.

El silencio es tan claro que parece retoñar.

Es un gajo de sombra a cielo abierto,

es una ventana nueva acabada de cerrar.


Bajo la noche la vida crece invisiblemente.

Crece mí corazón como un pez en el mar.

Crece en la oscuridad y fosforece

y sube en el día entre los arrecifes de coral.


Corazón entre náufrago y pirata

que se salva y devuelve lo robado a su lugar.

La noche ahonda su ondulación serena

como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.


Hermosa noche. Hermosa noche

en que dichosamente he olvidado callar.

Sobre la superficie de la noche

rayé con el diamante de mi voz inicial.


Mi voz se queda sola entre la noche

ahora que mi madre ha apagado su alcoba.

Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes

y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.


Mi voz se queda sola entre la noche

para decirte, oh madre, sin decirlo,

cómo mi corazón disminuirá su toque

cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.


Mi voz se queda sola entre la noche

para escucharme lleno de alegría,

callar para que ella no despierte,

vivir sólo por ella y para ella,

detenerme en la puerta de su alcoba

sintiendo cómo salen de su sueño

las tristezas ocultas,

lo que imagino que por mí entristece

su corazón y el sueño de su sueño.


El ángel alto de la media noche,

llega.

Va repartiendo párpados caídos

y cerrando ventanas

y reuniendo las cosas más lejanas,

y olvidando el olvido.

Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa

del olvidado sueño.

Disponiendo el encanto

del tiempo enriquecido sin el tiempo;

el tiempo sin el tiempo que es el sueño,

la lenta espuma esfera

del vasto color sueño;

la cantidad del canto adormecido

en un eco.


El ángel de la noche también sueña.

¡Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!


[Las Lomas, 8 de mayo de 1942]


 


Mi madre ya no ha ido al mar

Fabio Morábito


Mi madre ya no ha ido

al mar

lleva una buena cantidad de años

tierra adentro,

un siglo de interioridad

cumpliéndose.

Se ha resecado de sus hijos

y vive lejos

en toros consanguíneos.

Es como una escultura de sí misma

y sólo el mar

que quita el fárrago

acumulado en la ciudad

puede acercarla a su pasado,

hacia su muerte verdadera,

y hacer que crezca nuevamente.

Mi madre necesita algún

estruendo entre los pies,

Una monótona insistencia en los oídos,

una palabra adversa

y simple que la canse,

y necesita que la llamen,

oír su nombre en otros labios,

pedir perdón

y hacer promesas,

ya no se tropieza

en nada sustantivo.

Y yo tengo que armarme de valor

para llevarla al mar

armarme de mis años

que he olvidado,

reunirme con mi madre en otro tiempo,

con un yo mismo que enterré

y que ella guarda

sin decirme nada.

Tengo que armarme de valor

para perder confianza

en lo que sé,

tengo que regresar al día

en que mi risa quedó trunca

entre las páginas de un libro,

cerrar el libro y completar la risa,

cerrar todos los libros y reírme,

cerrar todos los ojos que he ido abriendo

para que nadie me agrediera.

Estuvo bien ya de crecer,

es hora de desdibujarme,

lo que aprendí enhorabuena,

lo que olvidé también,

es hora de ser hijo de alguien

y de tener un hijo

y un esqueleto para ir al mar,

para morir

con cada hueso sin pedir ayuda.

Salí hace años a rodearla a ella

para volver al mar más solo

o acaso fui a rodear el mar

para ser hijo de otro modo de mi madre,

ya no me acuerdo qué buscaba,

nadie recuerda lo que busca,

mi madre ya no ha ido

al mar,

es todo lo que sé,

y no llevarla es no reconciliarme

con el mar, no ver el mar

como se ve después de niño,

también no ver cómo es mi madre

ahora, no saber nada de mí mismo.


 


Madre

Juan Ramón Jiménez


Te digo, al llegar, madre

que tú eres como el mar;

que aunque las olas

de tus años se cambien y te muden,

siempre es igual tu sitio

al paso de mi alma.

No es preciso medida

ni cálculo para el señalamiento

de ese cielo total;

el color, hora única,

la luz de tu poniente,

te sitúan ¡oh madre! entre las olas,

conocida y eterna en su mudanza.




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