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No hay soledad, no hay muerte: 7 poemas de Rosario Castellanos

6 de may de 2024

4 min de lectura

Los poemas de Rosario Castellanos nos guían por misteriosos paisajes físicos y emocionales, invitándonos a una experiencia poética única e irrepetible. La autora fue una destacada poeta, narradora y luchadora social.

 

Agonía fuera del muro


Miro las herramientas,

el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,

sudan, paren, cohabitan.


El cuerpo de los hombres prensado por los días,

su noche de ronquido y de zarpazo

y las encrucijadas en que se reconocen.


Hay ceguera y el hambre los alumbra

y la necesidad, más dura que metales.


Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra

Que todavía la especie no produce? )

los hombres roban, mienten,

como animal de presa olfatean, devoran

y disputan a otro la carroña.


Y cuando bailan, cuando se deslizan

o cuando burlan una ley o cuando

se envilecen, sonríen,

entornan levemente los párpados, contemplan

el vacío que se abre en sus entrañas

y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.


Yo soy de alguna orilla, de otra parte,

soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,

gente a quien compartir es imposible.


No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,

déjame, no es preciso que me mates.

Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren

de algo peor que vergüenza.

Yo muero de mirarte y no entender.




Ajedrez


Porque éramos amigos y a ratos, nos

amábamos;

quizá para añadir otro interés

a los muchos que ya nos obligaban

decidimos jugar juegos de inteligencia.


Pusimos un tablero enfrente

equitativo en piezas, en valores,

en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas, les juramos respeto

y empezó la partida.


Henos aquí hace un siglo, sentados,

meditando encarnizadamente

como dar el zarpazo último que aniquile

de modo inapelable y, para siempre, al otro.



No hay soledad, no hay muerte: 7 poemas de Rosario Castellanos


Nostalgia


Ahora estoy de regreso.

Llevé lo que la ola, para romperse, lleva

–sal, espuma y estruendo–,

y toqué con mis manos una criatura viva;

el silencio.


Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.




Parábola de la inconstante


Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:

Si yo soy lo que soy

y dejo que en mi cuerpo, que en mis años

suceda ese proceso

que la semilla le permite al árbol

y la piedra a la estatua, seré la plenitud.


Y acaso era verdad. Una verdad.


Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra

a asirme a una pared como el enamorado

se ase del otro con sus juramentos.


Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida

en solidez de roble,

la rumorosa soledad, la sombra

hospitalaria y daba al caminante

–a su cuchillo agudo de memoria–

el testimonio fiel de mi corteza.


Mi actitud era a veces el reposo

y otras el arrebato,

la gracia o el furor, siempre los dos contrarios

prontos a aniquilarse

y a emerger de las ruinas del vencido.


Cada hora suplantaba a alguno; cada hora

me iba de algún mesón desmantelado

en el que no encontré ni una mala bujía

y en el que no me fue posible dejar nada.


Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos

para arrojar después, lejos de mi, el despojo.


Heme aquí, ya al final, y todavía

no sé qué cara le daré a la muerte.




Amor


Solo la voz, la piel, la superficie

pulida de las cosas.


Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

rebalsaría y la mano ya no alcanza

a tocar mas allá.


Distraída, resbala, acariciando

y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada,

sin advertir el ulular inútil

de la cautividad de las entrañas

ni el ímpetu del cuajo de la sangre

que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

ya para siempre ciego del sollozo.


El que se va se lleva su memoria,

su modo de ser río, de ser aire,

de ser adiós y nunca.


Hasta que un día otro lo para, lo detiene

y lo reduce a voz, a piel, a superficie

ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

la oculta soledad aguarda y tiembla.




Presencia


Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido

mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.


Esto que uní alrededor de un ansia,

de un dolor, de un recuerdo,

desertará buscando el agua, la hoja,

la espora original y aun lo inerte y la piedra.


Este nudo que fui (de cóleras,

traiciones, esperanzas,

vislumbres repentinos, abandonos,

hambres, gritos de miedo y desamparo

y alegría fulgiendo en las tinieblas

y palabras y amor y amor y amores)

lo cortarán los años.


Nadie verá la destrucción. Ninguno

recogerá la página inconclusa.

Entre el puñado de actos

dispersos, aventados al azar, no habrá uno

al que pongan aparte como a perla preciosa.

Y sin embargo, hermano, amante, hijo,

amigo, antepasado,

no hay soledad, no hay muerte

aunque yo olvide y aunque yo me acabe.


Hombre, donde tú estás, donde tú vives

permaneceremos todos.




Los adioses


Quisimos aprender la despedida

y rompimos la alianza

que juntaba al amigo con la amiga.

Y alzamos la distancia

entre las amistades divididas.


Para aprender a irnos, caminamos.

Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,

los verdeantes prados.

miramos su hermosura

pero no nos quedamos.


 
5 datos de interés para conocer a Rosario Castellanos:
  1. Nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México.

  2. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

  3. Cultivó una amplia gama de géneros literarios: Fue poeta, novelista, cuentista, ensayista y dramaturga.

  4. Recibió importantes reconocimientos como el Premio Chiapas de Literatura (1961) y el Premio Xavier Villaurrutia (1975).

  5. Fue embajadora de México en Israel hasta su trágico fallecimiento, en 1974, a la edad de 49 años.

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