
NEBLILÚNEA
I
¿Sabías que una muchacha desnuda canta como una botella que se arroja al mar?
¿Lo sabías?
Escúchame cantar como a un árbol lacustre en el centro de Neblilúnea,
a la orilla de tu sangre, en tu terrestre compañía.
Neblilúnea, la ciudad descubierta por nosotros conoce tu pasado y el mío.
Buscada como a la casa de la infancia, aguardándonos en nuestras palabras agazapadas,
Neblilúnea forma el nudo de la alianza y despierta a los diosecillos y a los demonios de las aguas
y los vemos danzar y extender sus alas en juegos irrepetibles.
II
Soy sólo lo que tu corazón desea, lo que busca en silencio.
Repito tu nombre en la ciudad donde tu voz y tu rostro permanecen.
Transparente ciudad de los patos salvajes, criatura festiva de Occidente.
Todos los caminos conducían a ti.
Conocemos ahora la bondad de las aguas, la humedad de la tierra
y la hojarasca vaticinadora de los sitios que aún no recorremos juntos.
Estamos siempre en ti, vigilantes
cuando el amor y sus actos, palabras y silencios
son simples, como en todo comienzo.

PRESENCIA DE LAS ISLAS
Como un cortejo cabalgando a solas surgen de la niebla.
¿Quién alimenta su esplendor que ninguna tempestad oculta?
De las islas sube algo parecido al deseo.
Casa viviente en el mar
las islas
animales fantásticos
esperan su ración de ostras.
Para mi corazón una isla iluminada con el brillo del mar
una isla
como espada
atravesando la llanura marina
una isla
multiplicándose en su pequeña geografía
una isla
grito a solas
jardín para romper la monótona presencia del mar
la insoportable presencia
de una soledad frente a sí misma.
Allí
abajo
fruto
corteza en movimiento
la forma de las islas:
última tentación de los navíos.

VERANO EN LA CIUDAD
a la memoria de José Carlos Becerra
I
Los árboles nocturnos crecen de pronto sobre nuestros pasos.
Cuando la luz descubre su presencia los desnuda y los puebla de voces
las voces de la noche y sus amores.
El agua juega entonces con el agua y regresa a sí misma
como un amor de siempre que retorna o un estremecimiento recobrado.
A lo lejos el agua forma figuras y silencios.
La noche inventa juegos que el día no entiende ni logra jamás recuperar
y nos devuelve a nuestro exilio.
Crece la noche como los besos en los labios
como la yerba crece,
los pasos y las formas de los cuerpos
el rumor y las voces de los cuerpos.
O nuestro corazón de pronto sorprendido.
Una pareja pasa sin mirar a nadie
en el instante en que un hombre en cualquier sitio
se entrega a lo desconocido.
La noche silenciosa abierta al olor del verano
suda viento y deseo bajo los rojos reflectores
cuando el amor y sus actos son sencillos
como en todo principio.
II
Lo profundo es el aire...
Jorge Guillén
He de nombrar a noche, la levedad del aire.
De lo que nadie habla, de lo que se respira
y aturde los sentidos
panteras de ojos húmedos
como el aire que duele inalcanzable
perseguido en la otra ciudad
en la antigua
la de nombre de piedra.
He de nombrar la luz que estalla bajo el sueño del agua,
el aire que recorre todas las soledades
y atraviesa la mirada del vendedor de objetos inútiles.
La mariposa gigantesca se pliega al árbol que la posee en la sombra.
El vaivén de sus alas toca la eternidad y la destruye
mientras el árbol agotado jadea sueños como frutos.
El aire avanza lento, levanta olas de arena, lame cuerpos que pasan.
Atrás quedan los pasos, inciertos, furtivos o firmes pasos
de quien camina la ciudad
seguro de amanecer en el sitio de siempre.
El aire levanta voces como sombras de agua,
las oculta detrás de cualquier puerta. Y sucumbe.
Se adormece en la noche.
Vivo Vivaldi asiste a la boda del aire.
Caminamos
navegantes de noches apretadas y ávidas
deshabitadas noches de muslos acechantes.
Lo sabemos
Cualquier ciudad del mundo es solitaria
a las 4 de la madrugada.
III
Esa presencia de lo humano en la lluvia como una jadeante respiración de amor,
esa presencia de la lluvia cuando llega el otoño.
En las manos aún el color de la tarde, la boca del verano
delatándonos, habitantes silenciosos construyendo el instante de las azoteas
en los suburbios donde el viento camina como por su casa.
Canción del viento que se llevó la lluvia,
guitarra sola y silvestre, desnuda y sola para la hora del amor, presencia urgente
en este sitio en que se muere a diario.
Labios febriles de pronto apaciguados. Luna del tigre buscándonos, cercándonos.
Hombros estremecidos de veranos-tortuga.
Amor de la tierra que no conoció el mar pero sí el pie desnudo,
jamás la libertad, pero sí la palabra decisiva.
Las calles de esta ciudad ¿qué nombre tienen,
qué nuevos árboles, qué huellas de amor sobre su rostro?
Cerca de nuestra sangre, insomne rosa, el corazón del hombre no descansa.
Estamos nuevamente en tus orígenes,
ciudad amada
para siempre indefensa bajo la lluvia.
* Estos poemas de Thelma Nava fueron tomados del libro Los pasos circulares. Antología personal, publicados por Ediciones El Cocodrilo Poeta en 2003.